lunes, 8 de diciembre de 2014

Hermanas del alma

Hoy una amiga me pide escribir sobre cuando nos conocimos, ya que a ella le parece que fue mágico. Pero las casualidades no existen, sino causa y efecto. 



Sucedió que, hace unos años, una conocida me explicó que conocía a otra persona que se parecía un poco a mí, porque las dos teníamos en común que soñábamos sueños especiales. Así que quedamos una tarde para que me la presentara. En un parque de nuestro barrio fue el encuentro, pues esta señora tenía un niño pequeño y por las tardes lo llevaba al parque a jugar. Nada más verla, comprendí que no era la primera vez que la veía, no porque viviese en mi mismo barrio, sino porque yo había soñado muchas veces con ella. Y en ese mismo instante, tenía unas inmensas ganas de abrazarla, como si estuviese viendo a una hermana que hace muchos años que no veía, y ahora me la encontraba de nuevo. Ella me sonrió nada más verme, y las dos sentimos lo mismo: un escalofrío nos recorrió todo el cuerpo. Y ahora voy a contaros lo que percibieron mis ojos en ese instante. Estaba delante de una señora de baja estatura, de cabellos largos rojos, delgada, que me acariciaba el cabello. Y entonces escuché su voz: “¿Te quieres estar quieta? ¡Déjame que te peine!” Entonces me miré las manos y los pies, yo ya no estaba en el parque; estaba dentro de un río, los pies mojados, y mi cabello rojizo como una panocha es lo que aquella señora intentaba desenredar y peinar. La miré a los ojos, y había tanto amor en ellos, que llegó hasta mi alma: era mi hermana. Unos segundos después volví a estar otra vez en el parque. Le expliqué lo que me había sucedido, y ella dijo que había percibido algo igual. Empezó a hacerme preguntas, y yo a contestarlas. Nuestra conexión fue mágica. Y una inmensa amistad empezó a crecer desde entonces. Hoy es una de mis mejores amigas, digo una, porque tengo algunas espirituales de otro mundo, y otras humanas, que voy conociendo con el paso del tiempo. Pero mi amiga pelirroja sé que es mi hermana, para lo bueno y para lo malo. Y sé que el universo nos ha juntado otra vez en esta vida. Un beso para todas las hermanas espirituales.

domingo, 30 de noviembre de 2014

Presencias con olores

Cuando tenía doce años, mi salud no era muy fuerte, y mi madre decidió llevarme a un curandero, ya que los médicos no me daban solución. Así que, dicho y hecho, llegamos al centro de la ciudad, donde unas señoras nos habían indicado que había un curandero. Era una planta baja, con cuatro habitaciones que daban a un patio, y en cada una de las habitaciones había una curandera. La que hacía el número cuatro era un hombre. El primer día, me visitó una curandera, porque el hombre no me podía atender. Me hizo imposición de manos y me mandó que volviese la semana siguiente. Volví sin mi madre, serían las cinco de la tarde, después del colegio. Y cuál fue mi sorpresa, cuando me encontré un hombre, vestido con hábito, enmedio del patio, sentado en una silla rezando el rosario. Yo la verdad me quedé un poco confundida, me senté en una silla que estaba cerca y dejé que terminara el rosario. Este señor se levantó, y a unos niños y unas señoras que había alrededor les preguntó que si olían a algo. Luego, los llevó uno a uno a su habitación, y les preguntó por algo que había en su habitación. Después de esto, empezó a curar. Todo esto pasaba todas las semanas que yo iba yendo. Hasta que una de éstas, se acercó a mí, y me hizo las siguientes preguntas:

-Rubia, ¿has olido algo?

-Sí-contesté-lilas.

-¿Lilas?-contestó-ni rosas, ni claveles, ¿lilas?

-Sí, lilas.

-¿Cómo te llamas?

-Isabel.

-Acompáñame.

Me llevó a un cuarto donde estaba todo alumbrado por velas. A mi mano derecha había una foto de un Jesucristo, precioso, pero enfrente de mí había un cuadro: eran unos árboles con muchas ramas, y me preguntó qué había en el cuadro. Yo miré al cuadro, y sabía lo que quería que contestase, pero tenia mucho miedo, así que retrocedí, abrí la puerta, y cuando estaba casi a punto de salir, contesté.

-¡El santo rosario, el santo rosario!- y salí corriendo.

A la semana siguiente, el hombre me estaba esperando en la puerta.

-Isabel, no tengas miedo, entra. ¿Sabes?, yo no me como a nadie. Si me cuentas lo del cuadro, yo te cuento mi historia. ¿Te parece bien?

-Bueno, si no cierra la puerta...

Así que entré.

-Ahora, dime lo que dice el cuadro.

Bueno, yo me acerqué al cuadro y describí la primera escena. Era el anunciamiento del ángel a María, el segundo trozo que vi era a Jesús aprendiendo las enseñanzas de su padre San José en la carpintería, pero justo al lado se transformaba el dibujo y se veía al niño en el Templo con los maestros. Y si me alejaba unos pasos del cuadro, lo veía llevando la cruz a cuestas. Si me alejaba un poco más, veía la crucifixión, si me alejaba más veía la resurrección. Pero si guiñaba un ojo y el otro, veía el belén: era precioso. Así que este señor se quedó con la boca abierta, casi llorando, porque él también lo veía, y alguna personas veían algo pero no todo, como nosotros dos. El hecho era que él no me había dicho nada. Me volvió a preguntar que a qué olía la habitación. Y yo volví a contestar que a lilas. Y después me hizo una pregunta, pero antes de terminarla yo ya había contestado. Dije:

-Sí, este año te vuelves a ir de peregrino.

Porque él cada año cogía un mes de vacaciones para hacer el camino de Santiago, pero siempre le pasaban cosas, porque iba sin dinero y andando, y había tres años que no había podido ir. Porque la última vez que fue, vio a la Señora, y olía a lilas. Y ahora al decirle yo lo mismo, se acordó de lo que había sucedido. Y como yo dije que tenía que volver, claro que volvió. Y siempre que iba, contaba unas historias fantásticas. Sobre todo a mí, claro.

Un día dejé de ir, hasta la presente, pero nunca me he olvidado de él. Por eso hoy en mi recuerdo, al curandero ermitaño que tenía tanta fe que vio a la Señora.

viernes, 12 de septiembre de 2014

Una mujer valiente


Una tarde llegó a mi consulta una chica que necesitaba ayuda. Estaba muy nerviosa porque no confiaba mucho en las tarotistas, pues en otras ocasiones no acertaron. Pero una buena amiga le habló de mi. Así que se animó a verme .

Por favor, digame toda la verdad”, me dijo sentándose frente a mí. Era una mujer muy atractiva, de complexión delgada, tez morena, ojos negros grandes, nariz y labios finos, y cabello liso y negro. Tenía mi misma edad pero no lo aparentaba.

A la vez que yo hablaba, ella lloraba sin parar. “Todo es cierto”, decía ella mientras movía la cabeza. Su pasado aun le hacía daño. Las cartas lo contaban todo, pero cuando acabo de echarlas, apago la vela que tengo encendida y ya no recuerdo nada. En ese momento, ella seguía llorando, porque no podía creer que yo le hubiera dicho todo su pasado y su presente, y le dio un ataque de ansiedad. Entonces toda la habitación empezó a oler a infusiones de hierbas aromáticas, manzanilla, menta, romero, y no sólo lo percibía yo, sino que también ella lo notó, y me dijo: “huele a la casa de mi abuela”. Yo le dije: “Sí, es cierto, tu abuela está aquí”. Paró de llorar y se relajó completamente. Esta es la historia que me contó:

Ella era de México, sus padres murieron en un accidente cuando era pequeña y la crió su abuela. Era su única família. Estudió una carrera, pagándola con su trabajo, y estando en la universidad se enamoró de un compañero. Con el tiempo ese amor creció, se casaron muy jóvenes y trabajaban juntos en el mismo edificio. Todo era muy hermoso, querían tener muchos hijos, pero los años pasaban y ella no se quedaba embarazada, no sabían por qué.

Un día llegó una chica a su casa, y ella descubrió que era amante de su marido y estaba embarazada. Cuando le pidió explicaciones a él, él le comfirmó que eran amantes, y que solo la quería a ella, pero que quería a aquel niño también. Como la había engañado a pesar de lo mucho que ella lo amaba, no pudo soportar el dolor y dejó toda su vida, se subió a un avión y se vino a España.

Desconsolada y sola, empezó de nuevo. Aquí sus estudios no tenían validez, así que tuvo que ir a clases de noche y trabajar de día. Compartía piso con varios estudiantes. No tenía familia, pero con el tiempo tuvo muy buenos amigos. Sin embargo, seguía enamorada de su ex-marido. Por este motivo vino a mi consulta.

Yo le dije que su vida iba a hacer un cambio muy importante. Trabajaría en lo que más le gustaba y tendría trabajo estable. No veía ninguna nueva pareja con ella, pero no la veía sola. Porque iba a tener un hijo, y nunca más se encontraría sola. A ella esto le resultaba muy difícil de creer, porque había consultado a muchos médicos que le habían dicho que no podía tener hijos, pero como yo había acertado en todo lo demás, se fue un poco incrédula.

Tres años después volvió a mi consulta. “Isabel, tenías razón, tengo un gran problema”. “¿Puedo ayudarte?” “No lo sé”, contestó ella, “estoy muy confusa”. Yo le contesté: “No abortes, por favor. Mira, mañana voy al zoo con mi sobrina y otros niños con sus madres. Necesitaría ayuda con todos esos niños, ¿me podrías ayudar con ellos?” Ella me dijo que sí. Yo sabía que allí, ella hablaría y yo podría tranquilizarla.

En el zoo, ella me contó que en una noche loca con un chico que acababa de conocer se había quedado embarazada. ¿Cómo le podía pasar esto, con casi treinta y siete años ya, ahora que estaba completamente sola? “He decidido abortar”, me dijo. “Bueno, es tu decisión, no lo pienses ahora, vamos a divertirnos con los niños en el zoo”. Estábamos jugando con ellos, y una de las madres, que tenía siete hijos, se paró a hablar con ella. “¡Qué faena me dan estos niños!”, le decía, “pero estar embarazada no lo cambiaría por nada del mundo, es una cosa que no nos puede arrebatar el hombre. Cuando se mueve tu hijo dentro, todo el amor infinito que se siente, estás viva, estás llena, una vida comienza dentro de ti, y es entonces cuando se empieza a amar. No esperando nada, y dándolo todo. Porque los niños son nuestros mejores maestros. Lo que pasa es que lo solemos olvidar. Ellos sólo piden amor, y que los cuiden. Lo demás son problemas de mayores. Mi hermana pequeña, el año pasado, tuvo que abortar, y está ahora medio loca, no por haber abortado, sino porque es muy difícil que se vuelva a quedar embarazada. Si pudiese, volvería atrás”. Ella se quedó pensativa y mirándome. “¿Por eso me has traído, Isabel? Tú quieres que yo tenga el niño, ¿verdad?” “Yo quiero que seas feliz. Y no he dicho que sea un niño, ¿y si es una niña? ¿Te la imaginas? Morenita, con los ojos claros, muy guapa, como tu abuela". Ella se lo pensó y decidió tener a su bebé.

Al cabo de nueve meses me llamó por teléfono. “Ya tengo una niña, ¿le puedo poner tu nombre?” “No, ponle el de tu abuela”, le contesté. “Vale, así lo haré. Cuando esté mejor iré a verte”. Hoy esta niña ya tiene catorce años, y es toda una mujer. Su madre trabaja en su carrera, tiene un piso propio aunque sigue sola, con muchas amistades. Este mes de agosto me llamó y me dijo: “Isabel, cuenta mi historia, por si puede ayudar a alguien a que siga luchando y que sepa que nada es imposible. Porque yo, que no podía tener niños, te creí y mi deseo se cumplió. Soy mamá de una niña preciosa. Y seguro que el espíritu de mi abuela sigue protegiendo a su nieta y a su bisnieta.” Ah, el olor de las infusiones sigue apareciendo cada vez que la veo, incluso cuando hablamos por teléfono

sábado, 6 de septiembre de 2014

La historia del chico del autobús


Cuando subes en un autobús todos los días y a la misma hora, siempre se conocen personas, unas que van, otras que vienen, pero siempre hay algunas que quedan en nuestro recuerdo. Y esta historia es de uno de esos viajeros.

Todos los días subía a un autobús sobre las cuatro menos cuarto de la tarde, porque entraba a trabajar a las cuatro y cinco en unas oficinas en la parte alta de la ciudad. Subía en la parada que era origen y final de la línea. Mientras esperaba, siempre se entablaba alguna conversación con algún pasajero. Ese día llovía, y el conductor tuvo la amabilidad de dejarnos subir al autobús antes de que saliera. Así subí y, mirando por la ventana, me fijé en un chico que venía hacia el autobús, con aspecto de rockero, sus cabellos largos me llamaron la atención. Lo estuve observando mientras se acercaba y me fijé en que parecía arrastrar una de sus piernas; pensé que quizás con la lluvia habría resbalado. Subió al autobús y se sentó justo detrás de mí. Cuando arrancamos, empezó a cantar: cuál sería mi sorpresa al ver que en vez de cantar una canción de rock, cantaba flamenco. Por cierto, lo hacía muy bien. Jamás había oído aquella canción, pero mi corazón se emocionó al escucharla. Luego hablaré de la letra de la canción.

Me bajé en mi parada, y él siguió el trayecto. Todos los días él subía a la misma hora que yo; la primera semana no entablamos conversación, pero a la siguiente, yo corría para coger el autobús y él avisó al conductor diciéndole: “¡Para, que la rubia pierde el bus!” Y el conductor, que ya me conocía, frenó para que yo subiera. Le dí las gracias al conductor y al chico, el cual me dejó su asiento y se sentó a mi lado. Empezamos a hablar. Iba a trabajar igual que yo, por lo que también se había fijado en mí. Hablamos de muchas cosas: de viajes, los que había hecho y los que quería hacer, de la música que le gustaba, y de otros temas diversos. Así todos los días a partir de entonces.

Una de esas tardes, vi que traía una muleta, pero no le pregunté el porqué. Yo sabía lo que le pasaba, pero no quería asustarlo con mi videncia, y esperé a que él se sincerara conmigo. Aún tardaría un mes más. Entonces me contó que tenía muchos dolores en el cuerpo, por lo cual siempre se fumaba un porrete, y no sabía si era por efecto de eso que, la primera vez que me vio, le pareció que yo emanaba luz. Pero después se dio cuenta de que no era ese el motivo. No sabía por qué, él se sentía muy feliz conmigo, y como le quedaba poco tiempo, aprovechaba todo para vivir al máximo. Y aquellos quince minutos que estaba en el autobús, no se acordaba de su enfermedad, pues nos reíamos mucho.

Una vez, por carnavales, estando yo en la parada, me encontré a una vecina que me conocía desde pequeña. Estaba hablando con ella cuando él llegó. Esta señora iba disfrazada de bruja, y él dijo: “Isabel, ¿y tú no te disfrazas?” Yo me eché a reír, y dije: “No, a mí no me quedan bien los disfraces”. Entonces la vecina dijo: “Eso no es cierto, ¡si la hubieras visto cuando tenía veinte años, vestida de pitufo verde, lo guapa que estaba! Para comérsela”. “Señora, yo no sé cómo sería con veinte años, pero ahora está preciosa”. “Bueno, dijo ella, eso lo dices para quedar bien”. “No, señora, es que es muy guapa, fíjese, se lo digo delante de mi madre, ¿verdad mama que es guapa?” La señora que estaba junto a él, que resultó ser su madre, contestó: “Sí, hijo, tienes razón, más que guapa, dulce y bonita”.

Subimos al autobús los cuatro y seguimos hablando, hasta que yo me bajé. Al otro día, le pedí disculpas por mi vecina, porque ella pensaría que él era mi ligue, o algo así. Entonces él me dijo que eso no le importaba, pues estaba muy a gusto conmigo, y la edad sólo importa a las personas que miden el tiempo. Y él, que estaba enfermo de ELA, y todos los días iba a rehabilitación (lo cual él decía que era su trabajo), vivía el momento y no pensaba en el tiempo. Pero desde que me conocía a mí había pasado una cosa increíble: decía que le dolía menos todo el cuerpo, y que se ponía muy contento al verme. No sabía por qué, pero le pasaba. Según los médicos, ya debería estar en silla de ruedas.

Pasaron los meses, y un día no volvió a aparecer. Seis meses después, vi a su madre en la parada del autobús. Venía a darme las gracias, pues el tiempo que su hijo compartió conmigo, fue muy feliz. Para entonces, ya estaba en la cama del hospital sin poderse mover. Quise ir a verlo, pero su madre no me dejó. Él quería que lo recordara como era. Veinte días después de eso, sentí que él había fallecido. Estaba yo en el autobús, sentada, y sentí como si alguien me acariciara la cara y me besara, y empecé a escuchar la canción que él cantaba detrás de mí. Miré, y no vi a nadie. La letra decía: “Tirantantrán, tirantantrero, tengo una novia rubia que es lo que más quiero, tiene gracia y tiene salero. Tirantantrán, tirantantrero, es que no lo sabes madre, que es un ángel del cielo...”

Y esta canción, de vez en cuando me viene al oído, y sigo viendo sus cabellos largos, sus ojos marrones y su sonrisa. Porque para mí sigue cantando y viajando por el cielo.

domingo, 24 de agosto de 2014

La casualidad no existe


Todas las personas tienen dones, unas más y otras menos, pero todas. No hay ninguna más especial que otra. Lo que pasa es que muchas personas trabajan sus dones, lo cual los hace perfeccionarlos.

A mí me preguntan muchas veces cómo puedo enseñarles a echar el tarot, y yo les digo que yo he aprendido sola, y no puedo explicar cómo. Supongo que será igual que los escritores, que plasman en sus libros lo que sienten en su interior y lo que ven en su imaginación, sin que nadie les haya enseñado, porque tienen un don. Cualquier carta para mí tiene movimiento, luz, expresión, un significado, y todas cambian al unísono, todas cuentan la historia de la persona que tengo ante mí. Ninguna vida es igual, aunque no es casual que esas personas vengan a mi consulta. Seguramente, ya nos conocíamos de alguna vida pasada. Porque al primer vistazo, algunas de estas personas tienen la sensación de quererme abrazar, como si fuese alguien familiar, que hace mucho tiempo que no ven, y no se quierer luego separar de mí. Porque al verme sienten una infinita alegría. Y otras personas encuentran una paz imposible de explicar. Así, muchos de mis clientes se convierten en amigos, lo cual no es coincidencia. Seguro que en otra vida fuimos familia o ya éramos buenos amigos. A veces voy en el autobús y la persona que se sienta a mi lado me empieza a hablar como si nos conociéramos de toda la vida, y me cuenta las historias más increíbles. Esto tampoco es casual, seguramente esa persona había pedido ayuda y los guías nos habían reunido. Algunas de estas historias las contaré algún día.

Me despido atentamente de todos mis hermanos terrenales.

lunes, 18 de agosto de 2014

El diamante que hay dentro de ti

Hoy quiero contar una historia que ha vuelto a mi memoria hace unos días, y con el permiso de esa persona voy a explicárosla, para bien de todos y todas.

Hace tres años, llegó una señora a mi consulta bastante atractiva e inteligente, a la cual había recomendado una amiga suya que viniera a verme. Ella no creía en nada de esto, pues su vida no había sido nada fácil. Pero cuando esta amiga le habló de mí, decidió venir a verme. Cuando llegó a mi consulta estaba muy nerviosa, con taquicardia. Se sentó a mi mesa y comencé a echar el tarot. Es una señora, como he dicho antes, muy bella, pero ella se consideraba un monstruo. En su casa nunca la habían valorado. Era simplemente, una muñeca más, a la que se viste, se alimenta, pero no tiene opinión, como si no existiese. Se había casado muy joven con un señor que la maltrataba psicológicamente, la consideraba fea, y ella se lo creía, pero lo amaba tanto, tanto, que había permitido que la tratara como un felpudo, y no veía lo maravillosa y preciosa que era. Todo el tiempo me hablaba de su hombre en términos de que era excelente, estupendo, guapo... halagos, muchos halagos. Era un dios para ella. Simplemente con estar cerca de él tenía suficiente para vivir, era su motor. Ella decía que él la amaba, y con ese amor tenía suficiente. ¿Entonces por qué venía a verme? ¿Quería una pócima de amor? ¿O pensaba que yo hacía magia? Yo le contesté que no era el genio de Aladino, que las cartas simplemente eran una puerta abierta a un posible futuro, siempre que ella quisiera abrirla. Ella me decía que a pesar de tener el amor de su marido, llegó un momento en que se dio cuenta de que eso no la llenaba, y como él era el centro de toda su vida, le parecía que no había nada más, que nunca sería feliz, que nada llenaría su vacío. Quería que yo le diera una solución. Le comenté que tenía que empezar queriéndose a sí misma, pero no un poco, sino muchísimo, y que tenía que romper con este tipo de amor, dependiente. Pero sobre todo, que debía tener más autoestima. Le mandé que fuese a unos terapeutas para su salud mental. Aparte, la mandé a un buen amigo que tengo para casos perdidos, para que ayudase a que los pedazos de su alma se reencontraran. Así que quedamos en vernos en un mes.

Cuando volvió a mi consulta, había hecho todo lo que le habían mandado los terapeutas, pero cuando conoció a mi amigo, se asustó tanto que no había vuelto más, porque decía que no le producía la sensación de calma que yo le daba, sino que la ponía muy nerviosa, la alteraba, dándole ataques de pánico. Sin embargo conmigo decía que era como beber del agua del manantial; se serenaba, y saciaba su sed. Estuvo viniendo seis meses seguidos, y al llegar el verano, dio un cambio. No solamente su aspecto físico, su look como diríamos ahora: halló la fe en ella misma, y empezó a realizarse como mujer, tanto en lo físico como en lo psíquico. Se dio cuenta de su propia belleza y eso se reflejó en el cuidado de su aspecto. Este verano me ha llamado para darme las gracias, pues hoy es feliz con la misma pareja, ya que se ha hecho valorar. Hoy se dedica a ayudar a todas aquellas mujeres que son maltratadas, sobre todo psicológicamente, y me ha pedido que escriba sobre ella para deciros que siempre hay una salida, si se tiene fe, porque Dios está en el interior de todas las personas. Agradezco a todos mis guías por la ayuda recibida por esta señora, a la que ahora considero mi amiga.

domingo, 11 de mayo de 2014

Ángeles viajeros

Yo echaba el tarot en un bar de mi tierra natal, era verano. El dueño me dejaba echar allí las cartas porque decía que cuando yo estaba se le llenaba el local. Y así sucedía, el bar estaba lleno. Aquella mañana había quedado a las doce para echar las cartas a un señor. Las únicas referencias que tenía de él eran que venía de fuera. No sé por qué, ni cómo, fui un poco antes de la hora. Estando sentada en mi mesa tomándome un te, llegó un grupo de turistas que venían a ver mi ciudad. Casualidad o no, se presentaron en el bar. Cansados por el sol y agotados, llenaron el bar de gente. Al mismo tiempo llegó mi cliente, y empecé a echarle las cartas. Entre los turistas había dos señoras que no paraban de mirarme. No les parecía extraño que echara el tarot en un bar, pero sentían curiosidad, así que le preguntaron al dueño lo que cobraba y si era buena. El dueño les dijo que sí, que desde que yo estaba creía en la magia. Así que cuando acabó el hombre, cada una cogió una silla y se vinieron a mi mesa. Eran españolas, una de Granada y otra de Madrid. Una de ellas, pongamos María, había tenido una vida muy difícil, por lo cual no había podido viajar. Había tenido marido, pero se había quedado viuda muy joven, con dos hijos pequeños que sacar adelante. Como pudo, les dio una carrera. Nunca se quejaba, siempre tenía una sonrisa y un agradecimiento. Sin embargo su amiga, pongamos Ángela, era una mujer culta, con estudios, que había permanecido soltera por propia convicción, permitiéndose, por su trabajo, viajar todos los años.

Querían saber qué les deparaba el futuro, porque María viajaba por primera vez, y claro, había convencido a Ángela para que la acompañara en aquel viaje, porque decía que antes de conocer el extranjero, debían conocer España. María y Ángela querían ver su futuro, dónde iban a viajar, si conocerían gente interesante, cuántos ángeles había a su alrededor, porque notaban presencias, y querían saber si eran sus guías. María no necesitaba mucho viajar, porque a través de los ojos de Ángela viajaba con ella. Ángela era una excelente narradora de historias, y no le importaba viajar a Granada para contarle a su amiga lo que había visto en cada viaje, lo cual María vivía como una niña pequeña, con ilusión y alegría. Por eso ese año María la había convencido para viajar, aunque sólo fuera una vez en su vida para ver España.

Abrí el tarot con María, y me quedé fría, no podía hablar, no sabía cómo decirle lo que iba a acontecer. Ella me dijo: "niña, que sea lo que Dios quiera, mi arma". Le dije que aquél sería el primer y el último viaje que haría, porque iba a morir, estaba muy enferma y ella lo sabía. Ángela miró a María con una mirada de reproche: "¡¿Qué, es cierto eso?! ¡¿Qué te pasa?!" Le expliqué lo que le pasaba a María, y ella iba afirmando en silencio. No se lo podía creer, ¿una extraña le estaba diciendo algo tan serio? Pero era así. María iba a morir pronto, pero Ángela, sin embargo, tendría una vida larga y longeva. Y viajaría mucho. Por eso aquel año era muy importante que estuvierse con María.

Mientras yo estaba echando las cartas, le hizo prometer a su amiga que si se moría, sus cenizas las quería echar en el mar Mediterráneo. Y que viniese a despedirse de mí. Qué decir cabe que en el viaje que hicieron a mi ciudad lo pasaron mejor imposible, difrutando cada momento, saboreando cada helado, cada brisa de mar y cada abrazo.

Cuatro años después, en el mismo bar, me volví a encontrar con Ángela. Su amiga había fallecido hacía dos años y seis meses. Le había costado muchísimo tomar sus cenizas y llevarlas a mi ciudad, porque cada vez que viajaba cogía un puñadito de ellas y las llevaba a sus viajes; era como si María viajara con ella. Así que vino a verme y a cumplir su promesa. Echó las cenizas al Mediterráneo, y cada año desde entonces pasó a verme. Así durante quince años. Y este mes de diciembre falleció. Y sus últimas palabras que me quedaron fueron: "vive, sé feliz, aunque la vida sea corta". Porque ella había viajado por todo el mundo y nunca se había sentido sola. Pero estos últimos quince años era como si una parte de ella se hubiera muerto, pues nadie como su amiga María escuchaba sus historias de viajes.

Con esto hago un homenaje a estas dos amigas, que incluso después de la muerte, sus espíritus estaban juntos. Dos besos a mis dos ángeles viajeros.

sábado, 5 de abril de 2014

¿Quieres que se cumplan tus deseos?



Siempre que escribo en el blog intento que mis mensajes lleguen a la mayoría de las personas para intentar dar un poco de esperanza y luz. Todos mis relatos son ciertos, aunque haya cambiado algún nombre, pero tengo permiso de todas estas personas porque me lo han dado, lo que ocurre es que no quisiera herir o influenciar a nadie. 

Siempre que echo el tarot intento ayudar a la persona que viene a mí como si fuera yo misma. Y siempre me preguntan qué hacer para que se cumplan sus deseos o sus sueños. Y yo siempre respondo: la fe es el poder que hace tus sueños realidad. La fe es la voluntad de ser y hacer. La fe es la acción de la palabra sagrada, y la fe es la voz de Dios que yo escuché. Fe es creer sin ver ni oír ni palpar. Ese sentimiento te sale del corazón, que sabes que va a suceder. Así que si queréis que se cumplan vuestros deseos, proyectad un sueño (imaginadlo) y tened fe de que se va a cumplir, siempre con la voluntad de Dios. Porque sin Él nada sería posible. 

Llegado este punto, hago una reflexión a todo el planeta que está pasando un estado de crisis. Pero no crisis económica, sino crisis de fe. Porque en vez de mirar la mota en el ojo ajeno, hay que mirar la cruz que llevamos a cuestas. Así que deberíamos tener un sueño colectivo para mandar energía positiva al planeta tierra (o la madre tierra). A partir de ahora, tendríamos que reflexionar y mandar amor a todos los seres que viven en ella: árboles, animales, piedras y personas. Porque todos coexistimos unidos por un mismo vínculo: el amor. Y el amor es la energía más fuerte por la cual se cumplen todos nuestros deseos. Así que amaos los unos a los otros como nos enseñó nuestro señor Jesucristo. Y si no me entendéis bien, empezad por las personas más cercanas a vosotros mismos, y ya veréis como todo se transforma de otra manera y de otro modo. Así que ya sabéis: fe = amor. Tengo amor porque doy amor. Y se cumplen mis deseos porque tengo fe.

sábado, 1 de marzo de 2014

Soñando con otra parte de mí


Una noche estaba demasiado cansada para conciliar el sueño, y no paraba de dar vueltas en la cama. Me levanté, cogí el termómetro y me lo puse, para ver si tenía fiebre: era cierto, 40 grados. Fui al botiquín y me tomé un analgésico, y me volví a meter en la cama. Entré en un sueño profundo.
Tenía muchísima calor, y no sabía dónde estaba. De repente, vi que mis pies se mojaban en un río. Era un río limpio, de aguas frías. La sensación del agua en mis pies era relajante, y aún me hacía sentir más sueño, porque sabía que soñaba. Miré al agua y vi mi rostro: era morena, los ojos marrones, y la piel dorada y tostada. Tenía la nariz chata. Era una niña. Oí desde lejos que alguien me llamaba, una mujer mayor. Sentí un afecto que me decía que ella era familiar para mí. Me sonrió, y yo a ella. “No tardes”, me dijo, “pesca pronto”. Y ante mí, vi los peces saltando del agua. Tenía un don: me relajaba, escuchaba el ritmo del pez en el agua, e introduciendo una de mis manos, lo sacaba. Era como si el pez fuera atraído por mi mano. Cogí bastantes, y me fui hacia la anciana. Efectivamente era mi abuela.
Sin saber cómo, ya estaba en la cabaña, pero el tiempo había pasado y ahora era una mujer adulta, que allí significaba unos quince años. Era de noche, y me fui a dormir, y dentro de este sueño, empecé a soñar: veía una loba muy grande, blanca, con los ojos claros, y se acercaba muy lentamente hacia mí. Sentí como si se comunicara conmigo, y decía que habría una gran nevada, y tenía que llevar a mi pueblo a prados más templados. Cuando estaba soñando con la loba, tenía un sentimiento de paz y tranquilidad increíble, y todo a mi alrededor estaba lleno de luces de colores. Cuando desperté del sueño, salí a la puerta de la cabaña, y a lo lejos podía ver a la loba, enorme y majestuosa, mucho más grande que un lobo normal, resplandeciente en la noche. Así se lo conté a mi abuela, y ella me dijo que estaba bendecida por los espíritus. Mi abuela se lo contó al jefe de la tribu, y él aceptó que nos fuéramos al otro día, y por ese motivo nuestro pueblo se salvó de una gran tempestad de nieve, que exterminó a otro pueblo cercano al nuestro. Desde entonces, me llamaban “la niña loba”, pues no era la primera vez que soñaba con ella.
Hasta aquí, el sueño que estaba teniendo era normal, hasta que apareció él. Yo estaba como siempre pescando en el río, cuando lo vi llegar, subido a su caballo blanco. Me puse a temblar, no sabía por qué, me sentí intimidada. Sus ojos negros como el azabache se cruzaron con los míos, y me preguntó si era soltera, o algo parecido. No contesté, no me gustaba ni un pelo. Tenía una cicatriz que le marcaba un lado de la cara, pero el resto era perfecto. Claro que yo de eso no sabía nada. Se dirigió al jefe de la tribu para pedirle permiso, ya que quería pasar el resto de sus lunas conmigo (eso fue lo que dijo), pero yo no quería casarme, así que le costó bastante convencerme.
Dos primaveras después me casé con él. Los dos años siguientes, mi vida con este indio (pues yo también era india) fue maravillosa, como cualquier pareja que esté muy enamorada. Yo seguía soñando con la loba, y me avisaba de peligros, hechos felices, así como de hierbas curativas para mi pueblo.
Todas las demás indias de mi edad tenían tres o cuatro hijos, y yo en este tiempo no había concebido ninguno, por lo cual él podía tomar otra esposa. Eso me llevó a una profunda melancolía, pues ya tenía diecinueve años y no era madre. Pero aquella noche soñé con la loba: ella llevaba un cachorro, y comprendí que yo también iba a ser mamá. Y efectivamente, estaba en estado. Tuve un niño precioso, con el pelo negro, los ojos azabache y la piel morena como su padre, y la nariz chata como la mía. Mi niño y yo éramos uno, siempre estábamos juntos. Aprendió a coger peces, siempre estábamos jugando, ni decir cabe que su padre estaba muy contento con el niño.
Pero al cumplir el niño cinco años, llegaba el momento de la primera iniciación, en que le tocaba ir con su padre a cazar. Aquella noche soñé con la loba: el cachorro de la loba se moría, era atacado por otro depredador, que no podía ver bien. Mi niño estaba en peligro, así que le supliqué a su padre que no lo llevase aquel año a cazar, que esperase al menos a que tuviera siete añitos. Pero no me hizo caso y se lo llevó.
Era muy tarde y mi niño no volvía, algo había pasado, y a lo lejos los vi llegar. Traía a mi niño, estaba muerto. El dolor era tan fuerte en mí que me quedé muda. Era un dolor tan fuerte que ahora que lo estoy recordando aún me duele. Inexplicable, no tenía consuelo. Así que miré a su padre a los ojos, lancé un chillido y salí corriendo, corriendo, corriendo, hasta que me perdí en el bosque. No sé los días que estuve allí, hasta que me encontraron. Me volvieron a llevar al poblado. Mi marido estaba abatido, como si todo el peso cayera sobre él, pero era tanto mi dolor, que su pesar no me importaba, porque lo odiaba. Cogí un cuchillo, lo alcé y lo maldecí: “en venideras y años, por mucho que tu espíritu esté por la tierra, y te vuelvas a reencarnar, yo te maldigo para que no engendres ningún hijo. Que la Madre Tierra no permita que tu simiente vuelva a nacer. Por el poder de los espíritus de la Tierra, del Sol y de la Luna, del Agua y del Fuego y del Viento, no permitan que vuelva a nacer simiente tuya”.
Y diciendo esas palabras, volví a salir corriendo, subí a un caballo y galopé, galopé, galopé, más de tres días y noches, descansando apenas, sin parar de avanzar, hasta que llegué a una aldea, donde caí desmayada del caballo. Me recogió un matrimonio de blancos con dos hijos gemelos. Cuando abrí los ojos, vi un hombre feísimo, de piel lechosa, llena de pecas y con los ojos azules como el cielo. Su aliento olía a algo que masticaba constantemente, ni decir cabe que se lavara. Su mujer era larguilucha, pelo castaño, ojos verdes como las hojas, también con muchas pecas, que si se lavaba tampoco se notaba. No me extraña que estuviese enferma, pues al poco de estar yo allí falleció. Así que aquel hombre y aquellos niños se convirtieron en mi nueva familia. La historia de esta familia ya la contaré otro día, pues también es muy hermosa.
Veinte años después, mis hijos adoptivos se casaron, y mi esposo se fue por unos negocios. Entonces sucedió que la gigantesca loba apareció delante de mí dentro de mi casa: estaba rodeada de un halo luminoso. Se acercó a mí, me lamió la cara, cogió mi mano suavemente con sus dientes y me sacó fuera, porque quería que la siguiera. Fui con ella andando hasta llegar a un roble enorme. Al llegar allí me sentí muy cansada y me senté apoyada en el árbol. Fue curioso, pues entonces me vi a mí misma en la casa de la que había salido, sentada en mi mecedora: estaba muerta. Pero también era yo la que estaba sentada bajo el árbol. Me incorporé, acaricié a la loba, y entonces me pareció escuchar a mi niño, aunque no lo veía. Y ante mí apareció un indio, de unos dos metros, con el cabello negro hasta la cintura, los ojos negros y aquella tremenda cicatriz en la cara. Se me iba acercando, y su resplandor me cegaba, pues iba vestido con un traje de cuero blanco. Su mirada era dulce, me sonrió y alargó su mano hacia mí. Me abrazó y yo sentí una inmensa paz, un profundo olor a jazmín, romero, a hierba recién cortada, a la ternura de cuando una madre abraza un niño, aunque yo no lo abrazaba a él. Entonces pedí perdón por haberlo maldecido, él me sonrió y siguió mirándome profundamente.
Cuando desperté de este sueño, cuál fue mi sorpresa, pues yo seguía abrazada a una persona de dos metros que flotaba sobre mí. Quería moverme, pero no pude. Y entonces  se separó de mí, y se puso de pie. Me seguía sonriendo. Sin duda era el indio con el que yo había estado soñando. Miré el reloj, y no había pasado ni una hora. Él seguía allí, y no puedo ni explicar la sensación de paz que sentía en mi cuerpo. Le pedí perdón, no sabía por qué. Entonces, ante mí, se transformó en otra persona. Me hizo ver quién era en esta vida, lo cual me hizo quedar aún más perpleja. Pero eso no me importó. Desde entonces, muchas noches se vuelve a aparecer. Supongo que tengo que perdonar a sus siguientes reencarnaciones. Creo que ya lo he hecho en otras vidas. Quiero decir que esto es un sueño, pero su aparición no lo es. O quizás todo esto es una vida pasada, en la cual cometí el error de maldecir a alguien. Besos para mis hermanos los indios (aunque ahora seamos lechosos).

lunes, 6 de enero de 2014

La magia de la amistad

Hoy quiero hablar de la amistad, precioso tesoro, que no todo el mundo tiene. Voy a hablar de una amiga mía que conocí hace veintitrés años.

Entramos a trabajar el mismo día, y me pusieron a trabajar con ella, en un geriátrico dirigido por monjas. Las cuales no me caían bien ni mal, simplemente veía cómo eran, con sus demonios y sus ángeles alrededor. Ella no era muy habladora, pero nos caímos bien. Una semana después de estar trabajando, presencié un hecho en la calle, el cual me condujo hacia un juicio, pues yo era el único testigo presencial. Así que pedí permiso a mis jefes para ir. Ellos me dijeron que no me metiera en líos, pero como yo era la única que había visto los hechos, era mi obligación contar lo sucedido. A regañadientes mis jefes me dieron el día libre. Pero cuál fue mi sorpresa cuando mi compañera pidió también el día libre para acompañarme. Apenas la conocía, pero esa circunstancia me hizo ver que era muy buena persona.

Por el camino al juicio me comentó que se veía en mí que era un extraordinario ser, pues en los años que llevaba trabajando nadie se había portado bien con ella como yo lo había hecho. Y eso le había llegado al alma. Por fin había encontrado una buena amiga. Ni decir cabe que desde ese día fuimos amigas, claro que yo en este trabajo no aguanté mucho, pues ver espíritus cada dos por tres me dejaba sin fuerzas. Pero eso no hizo que nuestra amistad desapareciera. Siempre que podemos nos vemos, y cuando le hablo espiritualmente tiene fe en mí.

Con el paso de los años no nos vemos tan a menudo, pero no hay día que no reciba un wasap o un mensajito corto que me recuerde que sigue siendo mi mejor amiga. Lo que ella no sabe es que su ángel y mi ángel se ponen contentísimos cada vez que estamos juntas. Y cuando esto sucede, el olor que desprende su cuerpo es a rosas, es como si fuese una hermana mía. Hoy quiero dar las gracias a todos esos ángeles cuya esencia está en mis amigas. Porque aunque unas vienen y otras se van, de todas puedo ver sus ángeles, lo cual me llena de dicha y de alegría. Hasta esta que escribe, que es mis manos y yo soy la voz. Y a todos aquellos y aquellas que no conozco, que conoceré, para bien espiritual de todos. Una amiga del corazón.