sábado, 2 de junio de 2012

Mensaje de nuestra Madre Tierra


Hoy quiero compartir uno de mis sueños con vosotros. Hace un tiempo, soñé que mis ángeles me convertían en árbol. Sentí cómo mis piernas se transformaban en raíces, y a medida que se iban transformando, iban penetrando en la tierra. La sentí cálida, llena de energía, profunda, sentí su olor: estaba más viva que nunca. Toda la madre tierra hablaba conmigo, la percibía. Al mismo tiempo, mi abdomen y mi tórax se convertían en un tronco grande y ancho. Era como si me preñara la tierra, llena de vida. Podía sentir la savia recorriendo mi tronco, mi cabeza y mis brazos empezaron a extenderse en infinitas ramas, llenas de hojas verdes, llegando casi al universo. Podía sentir la energía cósmica. Los ángeles volaban alrededor, mejor dicho, sentía la presencia de ellos conmigo. 

Desde donde yo estaba, se divisaba la selva amazónica. Los hombres que allí habitaban eran libres, ingenuos, trabajadores, amantes de la tierra. Compartían todo con la madre tierra. De nuestras ramas hacían sus flechas, con nuestras hojas sus vestiduras. Era todo armonía y paz. Podía sentir los pájaros en mis ramas, los monos trepando, los gusanos en mis raíces. En mi tronco el nido de algún animal, y algún niño jugando con mis lianas, lanzándose al agua. Aunque no lo creáis, es la primera vez que me sentía tan viva, quiero decir como mujer. Pude entender que todos pertenecemos a todos. 

Pero, de repente, los ángeles empezaron a llamar mi atención: “Mira, Isabel, ¿qué sientes ahora?”. Desde muy lejos vi a unos hombres de tez blanca con sus motosierras, hachas, excavadoras, arrasándolo todo. Mis hermanos los árboles iban cayendo uno a uno, y mis amigos, los seres humanos, los verdaderos seres humanos que habitaban aquella selva, iban pereciendo. Su llanto, su amargura, se metió en las raíces de mi yo-árbol. La madre tierra chillaba, con un grito desesperado, como cuando a una madre le matan un hijo, o mejor dicho, cuando muchas madres pierden a todos sus hijos. Desesperadamente, quería moverme de mis raíces, decir: “¡Parad! ¿Es que acaso creéis que la tierra tiene dueño? ¿Acaso no sabéis que estáis matando a vuestros propios hijos? ¿Por qué extermináis a estos seres humanos? ¿Acaso creéis que todo lo que pisáis es vuestro? ¿No veis que estáis cavando vuestra propia fosa? Hombres de hoy, poetas, actores, humanidad toda, hace algo ya. La tierra está muy enfadada. El universo llora. ¿Acaso os creéis que esto no tendrá consecuencias?”

Cuando el árbol estaba encolerizado, sentí el espíritu de un indio americano tranquilizándome, diciéndome que yo sólo era una mujer, pero mi alma era libre, y que contase este sueño. Pero, ¿a que no sabéis una cosa? En mi sueño vi ángeles introduciéndose en cuerpos de seres humanos, para hacer una campaña de ayuda a mis hermanos indios. Pero si esto no es suficiente, os dejo aquí este mensaje. No queráis apoderaros de la tierra, de sus riquezas. La tierra es de todos, y no pertenece a nadie.Esto es algo que está pasando realmente, pues todos mis sueños son proféticos.

Besos y gracias, a mis ángeles y a mis guías, por la experiencia de sentir que yo era un árbol. 

1 comentario:

  1. Tus palabras me han recordado muchísimo el mensaje del gran jefe Seattle, sobre todo cuando dice: "el hombre blanco no ve la tierra como a una hermana, sino como a una enemiga. Cuando ya la ha hecho suya, la desprecia y la abandona. Deja atrás la tumba de sus padres sin importarle. Saquea la tierra de sus hijos y le es indiferente. Trata a su madre -la Tierra- y a su hermano -el firmamento-como a objetos que se compran, se usan y se venden como ovejas o cuentas de colores. Hambriento, el hombre blanco acabará tragándose la tierra, no dejando tras de sí más que un desierto". Para mí, el fragmento más emocionante es aquel que dice: "Cuando el último de entre mi gente haya desaparecido, cuando su sombra no sea más que un recuerdo en esta tierra -aun entonces- estas riberas y estos bosques estarán poblados por el espíritu de mi pueblo, porque nosotros amamos este paisaje del mismo modo que el niño ama los latidos del corazón de su madre". Esto fue escrito en 1855, y el mismo dolor y la misma lucha continuan.

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