Hablando de espíritus, creer o no creer, todo depende de
cada persona. Dicen que sólo crees lo que ves, pero hay veces que, ni siquiera
viendo, crees. Esta historia me la contó una clienta, hablando de este tema.
Acabada la Guerra Civil, en un pueblo del sur de España, la
vida era muy dura y la penuria azotaba a todas las familias. Una de ellas
estaba compuesta por una mujer bellísima de dulce carácter, generosa con todos,
amable, gentil, lo que todos llamaban un ángel; y su marido que era todo lo
contrario, de carácter agrio, malhumorado, tacaño y antisocial. Tenían dos
maravillosos hijos, un niño de cinco años y una niña de siete. Para ganarse la
vida, el marido iba a buscar cisco (carbón vegetal) y lo vendía en el mercado, mientras
la mujer sacaba se ganaba algo gracias al queso que fabricaba con la leche de
sus vacas. Pero era tan generosa que a menudo repartía la leche entre sus
vecinos más necesitados, lo que provocaba la ira de su marido. La gente del
pueblo no entendía cómo esta maravillosa mujer estaba casada con este hombre
tan seco y tan poco amable, porque ella era toda comprensión y siempre hablaba
muy bien de su marido, lo apoyaba en todo; en realidad eran un matrimonio muy
enamorado.
De esta manera iban sobreviviendo a duras penas, pero eran
felices. Sin embargo, la fatalidad llegó a su casa: la mujer se puso muy
enferma, y sin medicinas ni asistencia, comprendió que iba a morir. Entonces
llamó a sus hijos y les dijo: “Hijos míos, no os preocupéis, me ha dicho la
Señora que siempre estaré con vosotros. Yo os cuidaré siempre”. Luego llamó al
marido y le dijo: “Cuida de los niños, que yo desde el cielo velaré por
vosotros”. Y después de despedirse de ellos, murió.
La gente del pueblo quedó conmocionada, y no se explicaban
por qué Dios se había llevado a una persona tan buena. Quisieron ayudar al
viudo y los hijos, llevándoles qué comer, y ofreciéndose en lo que necesitaran;
pero él los echó sin contemplaciones. Volvió al campo a buscar cisco, dejando a
sus hijos encerrados en casa para que no pudieran salir ni entrara nadie. Pero
al volver por la noche, encontró las vacas ordeñadas, el pan en el horno, el
queso hecho, la mesa puesta y los niños limpios. Entonces preguntó a la niña
quién había hecho eso, y ella contestó: “vi una luz muy grande, miré y vi que
había entrado mamá, y ella se ha ocupado de todo”. Entonces el padre entró en
cólera, los acusó de mentirosos, y él mismo los llevó hasta el cementerio y les
enseñó la tumba de su madre, gritándoles que es allí donde estaba ella.
Al día siguiente volvió a marchar dejando encerrados a sus
hijos, pero al volver por la noche encontró todo exactamente igual que el día
anterior. Esta vez fue el hijo el que le contó que había venido su madre. Aún
más enfadado, el padre cogió su correa para pegarles, los niños salieron
huyendo hacia la cuadra, y cuando los alcanzó allí, vio de pronto una luz
cegadora que lo dejó paralizado. No supo qué pensar, creyó que había sido una
alucinación, y dejó estar a los niños.
Por la mañana, el padre se encontraba más calmado. Esta vez,
hizo el desayuno para sus hijos, los arregló, y se marchó sin encerrarlos.
Cuando volvió por la noche, ni siquiera preguntó: vio el pan en el horno, la
mesa preparada, a sus hijos felices, y esta vez toda la casa estaba envuelta en
una luz brillante, en la cual brillaban lucecitas de colores, que se fueron
uniendo hasta formar una silueta, que poco a poco reconoció como su mujer. El
hombre atónito no pronunció palabra, mas ella le dijo: “Cuida de los niños, son
parte de mí”. A partir de ese momento, el marido cambió de actitud, se dedicó a
sus hijos, los crió con mucho amor, se preocupó de que estudiaran y se convirtieran
en personas de provecho. Los niños crecieron, tuvieron hijos, y les explicaron
esta historia, que ellos a su vez explicaron a sus hijos, y hasta el día de hoy
se recuerda en aquella familia.
El amor que aquel marido tenía por su mujer no fue
suficiente para que le hiciera caso. Ella tuvo que volver, y aparecerse a él
para que creyera. ¿Hace falta que veamos con nuestros ojos? Crean o no crean,
el hombre cambió. Pero no es necesario ver para creer: hay que escuchar al
corazón, porque el amor es la mejor guía.