sábado, 30 de junio de 2012

En memoria de una buena amiga



Todo el mundo tenemos amigos, unos son más afines a nosotros, otros solamente van de paso. Y hay otros que dejan siempre huella en nuestra alma. Esta es la historia de mi amiga Meri. Éramos amigas desde niñas, aunque nuestros barrios no estaban cerca. Pero eso no importaba; mi barrio es de gente trabajadora y humilde; el de ella es un barrio de gente acomodada, pero no por eso éramos menos amigas.

Desde muy pequeñas tuvimos que afrontar la vida. A mí por necesidades económicas, y a ella por un cambio radical en su familia. Pero eso no importaba, siempre había tiempo para estar juntas. Meri tenía varios dones: su belleza era uno de ellos, tanto interior como exterior. Tenía la capacidad de hacer reír a toda persona que se acercaba a ella, aunque siempre decía que la culpable era yo, porque era imposible estar a mi lado sin terminar riendo. La verdad, siempre he pensado que era un lindo cascabel. Pero uno de sus mayores dones era su voz, pues cantaba blues, y sus canciones eran deleite para todo el que la escuchaba.
Tuve que hablar con su madre para que estudiase en el conservatorio. Su madre había tenido a Meri muy joven, y a veces me parecía que ella era más joven que yo. No puso trabas, la apuntó en el conservatorio. Y así que en un año era un prodigio, no sólo por su voz, sino por cómo tocaba el piano. A partir de ahí, su carrera fue vertiginosa. Empezó a viajar, a hacer conciertos. Dos años después hablaba seis idiomas: inglés, alemán, francés, chino, italiano, nuestro catalán y otro lenguaje que sólo ella y yo entendíamos. A pesar de su fama, siempre había un tiempo para nosotras. Me contaba sus viajes, y a través de sus ojos empecé a conocer el mundo.

Una tarde, me pidió que le echara el tarot. Por supuesto, lo hice. Y la tristeza me rompió el corazón. Le dije: “Prométeme que nunca correrás mucho en tu automóvil. ¡Prométemelo! Si lo cumples, serás muy famosa; si no, morirás joven”. Ella se lo tomó a risa y ahí quedó la cosa.
Pasaron varios años, y el amor llegó a su vida. Se enamoró de un profesor inglés, era feliz, aunque no nos veíamos tanto. A los seis meses rompieron el noviazgo: era demasiado posesivo. Ella quería ser libre, cantar era su vida, y sin eso no era feliz. La vi una tarde y hablamos. La invité a una fiesta que hacía otra de mis mejores amigas. Aquella noche soñé con ella. Llevaba un vestido blanco, sus ojos negros brillaban como nunca, y su cabello negro iba cambiando de color, parecía como si flotara en el aire. Me dijo: “Isabel, hermana mía, estoy en una fiesta, soy la anfitriona, sólo es para mí. Estoy bien, soy feliz, no podré ir a tu fiesta, no te enfades. Sabes que siempre estaré contigo. Eres como una niña, y a mí los niños me gustan mucho. ¡Aquí hay unos tíos tan buenos! Sobre todo el tuyo, pero no puedes venir, esta fiesta sólo es para mí. No te enfades”.
Me desperté llorando, y empecé a llamarla por teléfono. No me lo cogía. Llamé a su madre, me dijo que estaba de gira en Montecarlo, pero al escuchar ella mi voz, me dijo: “¡Me estás asustando!”. Yo le dije: “Por favor, llame a su mánager, sus compañeras, alguien”. Colgué el teléfono. Seis horas después recibí una llamada: mi amiga se había matado en su automóvil nuevo, aquella noche a la misma hora en que yo soñé con ella.
Hoy hace veintisiete años de aquella muerte, y todos mis sueños, buenos o malos, se han cumplido. Si hoy viviese, sería una estrella. Pero seguro que ahora es un ángel.

sábado, 2 de junio de 2012

Mensaje de nuestra Madre Tierra


Hoy quiero compartir uno de mis sueños con vosotros. Hace un tiempo, soñé que mis ángeles me convertían en árbol. Sentí cómo mis piernas se transformaban en raíces, y a medida que se iban transformando, iban penetrando en la tierra. La sentí cálida, llena de energía, profunda, sentí su olor: estaba más viva que nunca. Toda la madre tierra hablaba conmigo, la percibía. Al mismo tiempo, mi abdomen y mi tórax se convertían en un tronco grande y ancho. Era como si me preñara la tierra, llena de vida. Podía sentir la savia recorriendo mi tronco, mi cabeza y mis brazos empezaron a extenderse en infinitas ramas, llenas de hojas verdes, llegando casi al universo. Podía sentir la energía cósmica. Los ángeles volaban alrededor, mejor dicho, sentía la presencia de ellos conmigo. 

Desde donde yo estaba, se divisaba la selva amazónica. Los hombres que allí habitaban eran libres, ingenuos, trabajadores, amantes de la tierra. Compartían todo con la madre tierra. De nuestras ramas hacían sus flechas, con nuestras hojas sus vestiduras. Era todo armonía y paz. Podía sentir los pájaros en mis ramas, los monos trepando, los gusanos en mis raíces. En mi tronco el nido de algún animal, y algún niño jugando con mis lianas, lanzándose al agua. Aunque no lo creáis, es la primera vez que me sentía tan viva, quiero decir como mujer. Pude entender que todos pertenecemos a todos. 

Pero, de repente, los ángeles empezaron a llamar mi atención: “Mira, Isabel, ¿qué sientes ahora?”. Desde muy lejos vi a unos hombres de tez blanca con sus motosierras, hachas, excavadoras, arrasándolo todo. Mis hermanos los árboles iban cayendo uno a uno, y mis amigos, los seres humanos, los verdaderos seres humanos que habitaban aquella selva, iban pereciendo. Su llanto, su amargura, se metió en las raíces de mi yo-árbol. La madre tierra chillaba, con un grito desesperado, como cuando a una madre le matan un hijo, o mejor dicho, cuando muchas madres pierden a todos sus hijos. Desesperadamente, quería moverme de mis raíces, decir: “¡Parad! ¿Es que acaso creéis que la tierra tiene dueño? ¿Acaso no sabéis que estáis matando a vuestros propios hijos? ¿Por qué extermináis a estos seres humanos? ¿Acaso creéis que todo lo que pisáis es vuestro? ¿No veis que estáis cavando vuestra propia fosa? Hombres de hoy, poetas, actores, humanidad toda, hace algo ya. La tierra está muy enfadada. El universo llora. ¿Acaso os creéis que esto no tendrá consecuencias?”

Cuando el árbol estaba encolerizado, sentí el espíritu de un indio americano tranquilizándome, diciéndome que yo sólo era una mujer, pero mi alma era libre, y que contase este sueño. Pero, ¿a que no sabéis una cosa? En mi sueño vi ángeles introduciéndose en cuerpos de seres humanos, para hacer una campaña de ayuda a mis hermanos indios. Pero si esto no es suficiente, os dejo aquí este mensaje. No queráis apoderaros de la tierra, de sus riquezas. La tierra es de todos, y no pertenece a nadie.Esto es algo que está pasando realmente, pues todos mis sueños son proféticos.

Besos y gracias, a mis ángeles y a mis guías, por la experiencia de sentir que yo era un árbol.